El texto de Pere Pujolàs me ha evocado mi etapa de estudiante. En Maternales (P4) recuerdo que no teníamos un sitio fijo, sino que el aula estaba organizada en torno a cuatro o cinco grandes mesas. Según la actividad que querías hacer te ibas a una mesa o a otra. De esta manera los grupos se formaban espontáneamente. Ya en EGB en más de un curso participé en concursos de conocimientos. Me parece que fue en 3º que obteníamos puntos y los podías canjear por premios.  Había competiciones grupales, pero los puntos  se conseguían individualmente. A lo largo del curso tanto podías ganar unos puntos extras como te era sustraídos.  Ya en el instituto, el profesos de historia nos propuso realizar los exámenes en grupos. Éramos tríos. Al final, te especializabas de un tema y lo recitabas a los compañeros. Recuerdo mucha dicusión entre mis compañeros para plantear las respuestas.

Siendo profesor de idioma y si quiero seguir un enfoque comunicativo en mis clases, la actividad individual es la que menos empleo. Casi siempre, por parejas. Tengo la manía de idear la actividad en grupo y no tan de equipo, es decir, que exista la interdependencia positiva. La mayoría de veces se debe por las prisas a la hora de diseñar una actividad. Ahora bien, despues de un seminario impartido por Olga Esteve, miro que si les propongo una actividad de reflexión, primero respondan individualmente y despues lo contrasten en parejo y en grupo.

Me desagradan los grupos o equipos extensos. No los veo prácticos. Se convierten en la unión de tres de tríos o cuatro parejas. Lo más práctico, para mí, grupos de tres o cuatro componentes. Depende del curso, miras de formar el grupo más homogéneamente, por razones prácticas. El trimestre pasado tuve un grupo en el cual había tres personas que hablaban ruso. Así que los reunía para que fueran más productivos. Pero es la excepción. Normalmente me gusta formar grupos heterogéneos. Los criterios para agruparlos puede variar: por libre decisión de los alumnos o bien al azar (utilizando cordones, tarjetas, etc.).

En el nivel superior, me gusta aplicar la técnica de los grupos de expertos. En cada unidad, repartimos los diferentes contenidos en grupos. Cada grupo se lo preparar y después cada miembro del equipo  se encarga de guiar a otros compañeros. Al final, hay una reflexión. Esta metodología provoca infinidad de conflictos entre alumnos individualistas y otros que les convence trabajar coopertivamente. Para unos, les supone una pérdida de tiempo y energía; mientras, para el segundo grupo, es más práctico, ameno y efectivo.

Compruebo que si quieres aplicar un aprendizaje cooperativo en adultos, es básico que exista un ambiente cálido y que el grupo esté cohesionado. Hay que fomentar aspectos de crecimiento personal y de inteligencia emocional. El profesor también tiene que estar capacitado para mediar en los conflictos ya que estallan egos. También tenemos que reconocer que el ámbito educativo no se inspira en un modelo de sociedad democrática, sino en el industrializado. Un paradigma que premia la individualidad, la homogeneidad y la ausencia de reflexión y de pensamiento crítico. Mal nos pese, una de las armas es la evalución. Si al final vamos a valorar si un alumno es capaz de superar un examen, ¿cómo somos tan ingénuos de aspirar que se socialicen?